Se
oscurecieron los silencios,
el mar y el tiempo.
Las
rocas
comenzaron
a soñar.
Hemos
cosido los labios de la tristeza
y
recubierto de cal y arena,
una
a una,
las
grietas de nuestra tierra...
Fue
la levedad de la primavera,
el
rencor de las flores al medrar,
la
calidez de los susurros
y la
fatiga de los que no iban a levantar cabeza…
No
me resignaré:
a
que el tren no pare en el apeadero,
a
que las pestañas se fosilicen,
a
que el sueño venga y no se marche,
a
que las noches sean,
de
verdad,
noches
estrelladas.
JANDRO
DQ.
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