Hoy, el día está nublado: los contornos
dejan de pertenecernos, suponiendo
que alguna vez los hayamos hecho nuestros.
Hoy, el día y el cielo son nubes;
la niebla perenne, inaccesible,
que nos invita a la catalepsia, solo
es traspasada por avezados
que entran para salir, tiempo después,
desfigurados.
"Niebla asesina, hiriente o mutilante",
comenta el loco.
"Niebla misteriosa, cuyas sorpresas
se reducen a la barrera infranqueable
de una gran muralla",
llora el frustrado.
"Niebla para mantenerse ajeno";
el cauto previene.
"Grisacea niebla, perenne y densa,
que transitamos, muros que sorteamos
indefinidas veces y el cieno
que nos encierra y asfixia, finalmente,
hasta hundir nuestras raíces en él,
progeniando así acres y gibados frutos,
y desintegrándonos poco a poco, paso a paso,
hasta caer en la más absoluta postergación",
concluyó el suicida.
Y dicho esto, adentrose en la espesura de la niebla.
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