Anduve y anduve. Caminé por todo el barrio en busca de una distracción, una satisfacción que me abstrajese de la realidad, que consiguiese hacerme volar, que surcase mi mente de norte a sur, dejándola inhábil para cualquier otro uso. Y anduve y anduve, pero no alcancé mi objetivo.
A veces se me olvida que los placeres radican en lo más básico, como pueden ser los acordes I-V-VI-IV, la lluvia tibia humedenciendo tu espalda en un día caluroso, un olor a vainilla cuando te apetece algo dulce, el tacto del terciopelo y algo tan involuntario como el sueño de que una soleada mañana te despertarás y todos tus problemas habrán desaparecido.
Solemos caracterizarnos de inaccesibles, y lo somos para los demás, pero la puerta al abismo interno se nos descubre con el sentimiento de placer causado por el refugio en lo primordial, por el cobijo personal, al que únicamente nosotros podemos acceder y complacer.
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