Llevo dos años buscando
melancolía por todas partes. Y no me preguntes por qué. Todo aquello que supure
un deje de recuerdo a lo que pueda asirme: canciones grises, las paredes
enmohecidas de la vieja casa de mi abuela, memoria de media tarde.
***
Tengo un cigarro a medias
sobre el escritorio. No he sido capaz de acabarlo. Me mira y le miro: nos
miramos. Nos intercambiamos miradas cómplices de añoranza. ‘Has sido,
probablemente, un complemento bastante útil. Me has mareado lo que has podido,
te dejé indagar en mis vicios y tantas veces nos consumimos juntos; ahora somos
cenizas tiradas (que no esparcidas), materia residual desgajada y diminuta que
se queda, como piezas de un puzle, en las flores, las rosas’.
***
Un paseo siempre es agridulce siempre que se acompañe de una gran banda sonora. Reconstruir
caras, modelar parajes invernales, escuchar como las olas baten la ancha Castilla.
Melancolía es la felicidad de estar
triste. No, nostalgia quizás, pero no melancolía.
Es melancolía el soñarte,
soñarnos, y completo y benévola, pero etéreo y firme, y que con un sereno
suspiro, me desprenda yo de tu brazo y te vea partir mientras huyo difuso, blowing in the wind, pero sin respuesta.
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